lunes, 2 de enero de 2012

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          ¿Cómo es posible el conocimiento? (…) el conocimiento humano aparece gracias a una concomitancia de estructuras objetivas (del mundo real) y estructuras subjetivas (del órgano cognoscitivo). Sin el aporte de los objetos no habría ningún tipo de conocimiento sobre el mundo, sólo ficciones, sueños, alucinaciones, idiosincrasias. Sin el aporte del sujeto no habría memoria, ni conceptos ni sentencias, ni clasificaciones ni deducciones, ni teorías ni verdad, ni existiría tampoco, por tanto, el conocimiento. El conocimiento es, por consiguiente, el resultado de un complejo proceso interminable, en el que está incluidos el objeto y el sujeto. (…) La mayoría de filósofos piensa que esa concordancia [entre las estructuras objetivas y subjetivas] no es casual, sino que puede y debe ser explicada. La teoría evolutiva del conocimiento ofrece una respuesta evolutiva: Nuestro aparato cognoscitivo es el resultado de la evolución (biológica). Las estructuras cognoscitivas se ajustan a las estructuras (objetivas) del mundo, porque se han ido formando en la adaptación a ese mundo. Y concuerdan (en parte) con las estructuras reales, porque sólo esa concordancia hizo posible la supervivencia.
Gerhard Vollmer “Mesocosmos y conocimiento objetivo: sobre los problemas que resuelve la gnoseología evolutiva”, en Konrad Lorenz & Franz Wuketits (rec.) La evolución del pensamiento. (págs. 28-29 y 35, ed. Argos Vergara)

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          “La distinción entre lo subjetivo y lo objetivo es relativa. Un punto de vista humano general es más objetivo que la perspectiva desde donde ocurre que estamos, pero es menos objetivo que el punto de vista de la ciencia física. La oposición entre lo subjetivo y lo objetivo puede surgir en cualquier punto del espectro en que una de las perspectivas pretenda dominar a otra más [335] subjetiva, y se resista esta pretensión. En el debate sobre el consecuencialismo en la ética, ello aparece en el choque entre las concepciones internas y externas de la vida humana, admitiendo ambas por completo la importancia de los intereses y fines humanos. En el problema mentecuerpo ello surge en el choque de una concepción interna humana de los seres humanos con la concepción externa de la teoría física. En el problema de la identidad personal, ello se presenta en el choque de la perspectiva que un individuo particular tiene de su propio pasado y futuro con la perspectiva que otros pueden tener de él como ser consciente continuo, caracterizado por continuidades corporales y psicológicas.(...) “Quizás no deba identificarse la realidad con la realidad objetiva. El problema es explicar por qué la objetividad no es adecuada como un ideal amplio de comprensión, sin criticarla por no incluir elementos subjetivos que no es posible que incluya. Naturalmente, siempre hay lugar para un mejoramiento de nuestra [343] comprensión objetiva de las cosas, pero la propuesta que estoy considerando no es que la imagen objetiva esté incompleta, sino más bien que en esencia es sólo parcial.”
T. Nagel. Ensayos sobre la vida humana. México: FCE.

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          Según esta teoría [la teoría consensual de la verdad] sólo puedo (…) atribuir un predicado a un objeto si también cualquiera que pudiera entrar en discusión conmigo atribuyese el mismo predicado al mismo objeto; para distinguir los enunciados verdaderos de los falsos, me refiero al juicio de los otros y, por cierto, al juicio de todos aquellos con los que pudiera iniciar una discusión (incluyendo contrafácticamente a todos los oponentes que pudiera encontrar si mi vida fuera coextensiva con la historia del mundo humano). La condición para la verdad de los enunciados es el potencial asentimiento de todos los demás. Cualquier otro tendría que poder convencerse de que atribuyo justificadamente al objeto el predicado de que se trate, pudiendo darme por tanto su asentimiento. La verdad de una proposición significa la promesa de alcanzar un consenso racional sobre lo dicho… (…) es decir, un consenso alcanzado argumentativamente…
J. Habermas. Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos. (págs. 121-155, ed. Cátedra)

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          Después de todo es un problema, en efecto, ¿por qué la verdad? ¿Y por qué se preocupa de la verdad y, además, más de ella que de uno mismo? A mi juicio se entra así en relación con una pregunta fundamental que, me atrevería a decir, es la cuestión de Occidente; ¿qué es lo que ha hecho que toda la cultura occidental se haya puesto a girar alrededor de la obligación de verdad, una obligación que ha adoptado todo un conjunto de formas diferentes? (…) podemos encontrar numerosos ejemplos: ha existido un movimiento llamado ecológico que ha estado con frecuencia en cierto sentido en relación de hostilidad con una ciencia, o en todo caso con una tecnología legitimada en términos de verdad. Pero, de hecho, también esta ecología hablaba un discurso de verdad: únicamente en nombre de un conocimiento de la naturaleza, del equilibrio de los seres vivos, etc. Se escapaba por tanto de una dominación de la verdad no jugando un juego totalmente ajeno al juego de la verdad, sino jugándolo de otra forma, o jugando otro juego, otra partida, otras bazas en el juego de la verdad (…) Se puede mostrar, por ejemplo que la medicalización de la locura, es decir, la organización de un saber médico en torno a individuos designados como locos, ha estado ligada a toda una serie de procesos sociales, de orden económico en un momento dado, pero también a instituciones y a prácticas de poder. Este hecho no merma en modo alguno la validez científica o la eficacia terapéutica de la psiquiatría: no la legitima, pero tampoco la anula. Que las matemáticas estén ligadas, por ejemplo, - de una forma por otra parte muy distinta de la psiquiatría –a estructuras de poder se debe en cierta medida a la forma en que son enseñadas, a la manera en que se organiza el consenso de los matemáticos, a cómo funcionan en circuito cerrado, a sus valores, a cómo se determina lo que está bien (verdadero) o mal (falso) en las matemáticas, etc. Esto no quiere decir en absoluto que las matemáticas sean exclusivamente un juego de poder, sino que el juego de poder de las matemáticas se encuentra ligado de una cierta manera, y sin que ello merme su validez, a juegos y a instituciones de poder.
M. Foucault, Hermenéutica del sujeto, Ediciones La Piqueta, (págs. 132, 133, 134)

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO?

          Lo importante, creo, es que la verdad no está fuera del poder, ni sin poder […] La verdad es de este mundo; está producida aquí gracias a múltiples imposiciones. Tiene aquí efectos reglamentados de poder. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su “política general de la verdad”: es decir, los tipos de discursos que ella acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, la manera de sancionar unos y otros; las técnicas y los procedimientos que son valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de aquellos encargados de decir qué es lo que funciona como verdadero. En sociedades como las nuestras la «economía política» de la verdad está caracterizada por cinco rasgos históricamente importantes: la «verdad» está centrada en la forma del discurso científico y en las instituciones que lo producen; está sometida a una constante incitación económica y política (necesidad de verdad tanto para la producción económica como para el poder político); es objeto bajo formas diversas de una inmensa difusión y consumo (circula en aparatos de educación o de información cuya exención es relativamente amplia en el cuerpo social pese a ciertas limitaciones estrictas); es producida y transmitida bajo el control no exclusivo pero sí dominante de algunos grandes aparatos políticos o económicos (universidad, ejército, escritura, medios de comunicación); en fin, es el núcleo de la cuestión de todo un debate político y de todo un enfrentamiento social (luchas «ideológicas»).
M. Foucault, Verdad y poder, en Microfísica del poder, ed. La Piqueta, p 187-188

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          “Los rasgos esenciales del tipo de conocimiento que alcanzan las ciencias de la naturaleza y de la sociedad son la racionalidad y la objetividad. Por conocimiento racional se entiende: a) que está constituido por conceptos, juicios y raciocinios, y no por sensaciones, imágenes, pautas de conducta, etc. Sin duda, el científico percibe, forma imágenes (p.ej. modelos visualizables) y hace operaciones; pero tanto el punto de partida como el punto final de su trabajo son las ideas; b) que esas ideas pueden combinarse de acuerdo con un conjunto de reglas lógicas, con el fin de producir nuevas ideas (inferencia deductiva). Éstas no son enteramente nuevas desde el punto de vista estrictamente lógico, puesto que están implicadas por las premisas de la deducción; pero son gnoseológicamente nuevas en la medida en que expresan conocimientos de los que no se tenía conciencia antes de efectuarse la deducción (…) Que el conocimiento científico de la realidad es objetivo, significa: a) que concuerda aproximadamente con su objeto; vale decir, que busca alcanzar la verdad fáctica, b) que verifica la adaptación de las ideas a los hechos recurriendo a un comercio peculiar con los hechos (observación y experimento), intercambio que es controlable y hasta cierto punto reproducible “.
M. Bunge, La ciencia, su método y su filosofía.

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          “Cualquier sistema filosófico y cualquier teoría científica aspiran al conocimiento de la verdad o tienen muchas pretensiones de representar dicho conocimiento. En caso contrario, ese sistema filosófico perdería el derecho a la existencia y se negaría a sí mismo. No existe ninguna gran escuela filosófica que no se refiera, en alguna de sus posiciones, a un problema tan esencial como el de la verdad. Pero la historia de la filosofía nos enseña que los problemas más discutidos y complicados son precisamente los que se tocan con mayor frecuencia y los que han ocupado el pensamiento de los seres humanos durante más tiempo. Hay problemas cuya consideración ha sido tradicional. La historia de la filosofía muestra que precisamente esos problemas son los más intrincados, debido a la multiplicidad de concepciones y terminologías diferentes –por no hablar de las diferencias fundamentales entre las concepciones aludidas-. Esto se aclara por completo cuando consideramos la posición de la filosofía como ideología y tenemos en cuenta su vinculación a una clase. En los grandes problemas centrales, sobresalen con la mayor nitidez la dependencia clasista y la parcialidad de la filosofía, decidiendo indirectamente el carácter de sistema. Puesto que la historia de la filosofía refleja la lucha de clases y de partidos, nos muestra al modo de un caleidoscopio la emergencia de concepciones siempre nuevas, permitiendo al mismo tiempo una separación tajante entre los acantonamientos de los contendientes.”
Adam Schaff. ¿Qué entendemos por “verdad”?, 1971. En Teorías de la verdad en el siglo XX. Juan Antonio Nicolás y María José Frápolli, editores. Tecnos, Madrid, 1997

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          “Cuando el hombre dice “yo sé que esto es”, él “se quiere a sí mismo como alguien que quiere”: afirma nuevamente su persona frente a un elemento de la realidad que no es más que la afirmación de su misma persona. Pone su persona en cualquier afirmación como si fuera algo real fuera de sí mismo. Pero si su persona fuera real (tuviera en sí la razón), la cosa que ella afirma sería -como correlativo suyo- tan real y absoluta como ella misma (De hecho el ser está unido al ser, Parménides), estaría afirmada por sí misma: pero, como él tiene la necesidad de reafirmarla con la afirmación de su saber, la considera como no real por sí misma -y a su propia persona, como correlato de aquélla, insuficiente. Entonces, con la reafirmación de su persona insuficiente. él cree atribuir valor a ésta, que siendo para él no es. -Pero mientras la afirmación directa, que vive las cosas - como las vive- atribuye a éstas el valor relativo a la persona: las sabe tanto como las quiere; la reafirmación de esta persona no añade nada a la realidad. -La primera es suficiente para la relatividad de lo que vive; la segunda, que quiere considerar esta relatividad como absoluta, es insuficiente por completo, está fuera de la vida, fuera de su potencia: es impotente. La primera sabe si una cosa es buena o mala para su persona; la segunda no sabe nada, salvo que quiere saber: ser persona finita. Por sí mismo un hombre sabe o no sabe; pero dice que sabe por los demás. Su saber está en la vida, es para la vida, pero cuando dice “yo sé”, “dice a los demás que él está vivo” para obtener de los demás algo que para su afirmación vital no le es dado. Él se quiere “constituir una persona” con la afirmación de la persona absoluta que no tiene: es la inadecuada afirmación de la individualidad: la retórica.”
Carlo Michelstaedter. La persuasión y la retórica. Parte segunda: de la retórica. Ed. Sexto piso. Madrid, 2009.

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          “Nos gustaría comenzar una meditación sobre la verdad con una celebración de la unidad: la verdad no se contradice, la mentira es legión; la verdad congrega a los hombres, la mentira los dispersa y los enfrenta entre sí. Pero no es posible comenzar así: el Uno es una recompensa demasiado remota; y antes aún es una tentación maligna. […] Históricamente, la tentación de unificar violentamente lo verdadero puede venir y ha venido realmente de dos polos: el polo clerical y el polo político; más exactamente, de dos poderes, el poder espiritual y el poder temporal. Me gustaría mostrar cómo la síntesis clerical de lo verdadero es culpa de la autoridad especial que el creyente concede a la verdad revelada, lo mismo que la síntesis política de lo verdadero es culpa de la política, cuando pervierte su función natural y auténticamente dominante en nuestra existencia histórica. Por consiguiente, tendré que esbozar cuál es la especie de autoridad que puede ejercer la verdad teológica en los otros planos de la verdad, cuál es el sentido “escatológico” y no “sistemático” con que puede unificar todos los órdenes de la verdad a los ojos del creyente. E igualmente tendré que aclarar los límites de una filosofía de la historia en sus pretensiones de unificar los múltiples planos de la verdad en un único “sentido”, en una única dialéctica de la verdad. Así pues, los puntos neurálgicos de mi análisis serán: la pluralización de los órdenes de verdad en nuestra historia cultural –el carácter ambiguo de nuestra voluntad de unidad, a la vez como tarea de la razón y como violencia- la naturaleza “escatológica” de la síntesis teológica – el carácter meramente “probable” de toda síntesis hecha por la filosofía de la historia. Quizá se adivine ya así que el espíritu de mentira está indisolublemente unido a nuestra búsqueda de la verdad, como túnica de Neso adherida al cuerpo humano.”
Paul Ricoeur. Verdad y mentira. 1951. En Teorías de la verdad en el siglo XX. Juan Antonio Nicolás y María José Frápolli, editores. Tecnos, Madrid, 1997

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          Mi formulación del problema lógico de la inducción de Hume es la siguiente:
L1 ¿Se puede justificar la pretensión de que una teoría explicativa universal sea verdadera mediante “razones empíricas”, es decir, suponiendo la verdad de ciertos enunciados contrastadores u observacionales (los cuales, hay que decirlo, están “basados en la experiencia”)? Mi respuesta es como la de Hume: No, no podemos; ningún conjunto de enunciados contrastadores verdaderos podrá justificar la pretensión de que una teoría explicativa universal es verdadera. Pero hay un segundo problema lógico, L2, que constituye una generalización de L1 (…).
L2 ¿Se puede justificar la pretensión de que una teoría explicativa universal sea verdadera o falsa mediante “razones empíricas”? Es decir, suponiendo que los enunciados contrastadores sean verdaderos, ¿pueden ellos justificar la pretensión de que una teoría universal sea verdadera o la de que sea falsa? A esto respondo positivamente: Sí, suponiendo que los enunciados contrastadores sean verdaderos, basándonos en ellos podemos a veces justificar la pretensión de que una teoría explicativa universal es falsa(…). [Existe] un tercer modo de formular el problema de la inducción:
L3 Dadas varias teorías universales rivales, ¿es posible preferir unas a otras por lo que respecta a su verdad o falsedad, justificándolo mediante “razones empíricas”? La respuesta a L3 es obvia a la luz de la solución dada a L2: Sí, a veces se puede, si hay suerte, ya que puede ocurrir que nuestros enunciados contrastadores refuten algunas —aunque no todas— de las teorías rivales y, puesto que buscamos una teoría verdadera, preferiremos aquella cuya falsedad no haya sido demostrada.
          (1) Hay conocimiento en sentido subjetivo que consta de disposiciones y expectativas. (2) Pero también hay conocimiento en sentido objetivo, conocimiento humano, que consta de expectativas formuladas lingüísticamente sometidas a discusión crítica. ... la diferencia entre (1) y (2) tiene un gran alcance.”
          Por tanto, desde el punto de vista del conocimiento objetivo, todas las teorías son conjeturas. Desde el punto de vista de la vida práctica, pueden ser mucho mejor discutidas, criticadas y contrastadas que todas las demás cosas que acostumbramos a tomar como base de acción y a considerar como ciertas.
 K. R. Popper, Conocimiento objetivo. Un enfoque evolucionista.

          La objetividad descansa en la crítica, en la discusión crítica, y en examen crítico de los experimentos.
K. R. Popper, El mito del marco común, Ed. Paidós, p. 25.
         
          Entre los inquilinos de mi “tercer mundo” se encuentran especialmente los sistemas teóricos y tan importantes como ellos son los problemas y las situaciones problemáticas. Demostraré también que los inquilinos más importantes de este mundo son los argumentos críticos y lo que podríamos llamar —por semejanza con los estados físicos o los estados de conciencia— el estado de una discusión o el estado de un argumento crítico, así como los contenidos de las revistas, libros y bibliotecas. Naturalmente, la mayoría de los que se oponen a la tesis del tercer mundo objetivo admiten que hay problemas, conjeturas, teorías, argumentos, revistas y libros. Mas todos ellos suelen decir que estas entidades son esencialmente expresiones simbólicas o lingüísticas de estados mentales subjetivos o, tal vez, de disposiciones comportamentales a la acción. Dicen, además, que estas entidades son medios de comunicación —es decir, medios simbólicos o lingüísticos mediante los que despertamos en los demás estados mentales o disposiciones comportamentales a la acción semejantes a los nuestros. Contra esto he objetado muy a menudo que no se pueden relegar todas estas entidades y su contenido al segundo mundo. Repetiré uno de mis argumentos típicos en favor de la existencia (más o menos) independiente del tercer mundo. Examinaré dos experimentos mentales:
Experimento (1). Todas las máquinas y herramientas han sido destruidas junto con todo nuestro aprendizaje subjetivo, incluyendo el conocimiento subjetivo sobre las máquinas, las herramientas y cómo usarlas. Sin embargo, sobreviven las bibliotecas y nuestra capacidad de aprender en ellas. Está claro que, tras muchas penalidades, nuestro mundo puede echar a andar de nuevo.
Experimento (2). Como antes, han sido destruidas las máquinas y herramientas, junto con nuestro aprendizaje subjetivo que incluye nuestro conocimiento subjetivo de las máquinas, las herramientas y cómo usarlas. Pero, esta vez, también han sido destruidas todas las bibliotecas, de manera que nuestra capacidad para aprender de los libros se hace inútil. [107] Si reflexionamos acerca de estos dos experimentos, tal vez se vea un poco más clara la realidad, significación y grado de autonomía del tercer mundo (así como sus efectos sobre el segundo y el primero). Esto es así porque, en el segundo caso, nuestra civilización no volvería a emerger hasta al cabo de muchos milenios. Es mi deseo defender en esta conferencia tres tesis fundamentales que conciernen a la epistemología. Entiendo la epistemología como la teoría del conocimiento científico. (...) el conocimiento científico pertenece al tercer mundo, al mundo de las teorías objetivas, de los problemas objetivos y de los argumentos objetivos. (...) Mi primera tesis entraña la existencia de dos sentidos distintos de conocimiento o pensamiento: (1) conocimiento o pensamiento en sentido subjetivo que consiste en un estado mental o de conciencia, en una disposición a comportarse o a reaccionar y (2) conocimiento o pensamiento en sentido objetivo que consiste en problemas, teorías y argumentos en cuanto tales. El conocimiento en este sentido objetivo es totalmente independiente de las pretensiones de conocimiento de un sujeto; también es independiente de su creencia o disposición a asentir o actuar. El conocimiento en sentido objetivo es conocimiento sin conocedor: es conocimiento sin sujeto cognoscente.
K. R. Popper, Conocimiento objetivo. Un enfoque evolucionista, Ed. Tecnos, págs. 107 y 108.

          Debería ser evidente que la objetividad y la racionalidad del progreso en la ciencia no se deben a la objetividad y a la racionalidad personales del científico. La gran ciencia y los grandes científicos, como los grandes poetas, se inspiran a veces en intuiciones no racionales. Así ocurre con los grandes matemáticos. Como señalaron Poincaré y Hadamard [véase de éste The Psychology of Invention in the Mathematical Field], una demostración matemática puede ser descubierta por ensayos inconscientes y estar guiada por una inspiración de carácter decididamente estético antes que por el pensamiento racional. Esto es verdad, y es importante. Pero es evidente que eso no hace que el resultado, esto es, la demostración matemática, sea irracional. En cualquier caso, una demostración debe ser capaz de resistir la discusión crítica, el examen a que la sometan matemáticos competentes. Y esto puede muy bien inducir al inventor matemático a controlar, racionalmente, los resultados a los que ha llegado inconsciente o intuitivamente. Análogamente, los bellos sueños pitagóricos de Kepler de la armonía del sistema del mundo no invalidan la objetividad, la contrastabilidad ni la racionalidad de sus tres leyes, ni la racionalidad del problema que estas leyes plantean a una teoría explicativa.
K. R. Popper, El mito del marco común, Ed. Paidós, p. 32.

          Mi posición es la siguiente: estoy principalmente interesado en el conocimiento objetivo y en su aumento, y sostengo que no podemos comprender nada sobre el conocimiento subjetivo, si no es a través del estudio del aumento del conocimiento objetivo y del toma y daca que se produce entre ambas clases de conocimiento (en donde el conocimiento subjetivo consiste más en tomar que en dar).
K. R. Popper, El cuerpo y la mente, Ed. Paidós, p. 34.

Por lo general, el conocimiento objetivo es el resultado de teorías rivales que se proponen provisionalmente para solucionar algún problema conocido objetivamente. Su admisión en el ámbito objetivo, o en la esfera pública, es aceptada únicamente tras una prolongada discusión crítica basada en pruebas.
K. R. Popper, El cuerpo y la mente, Ed. Paidós, p. 45.

No se puede hablar sin dar rienda suelta a los sentimientos. No se puede comunicar sin suscitar sentimientos en otras personas. Por tanto, no se puede realizar una descripción sin expresarse a sí mismo ni suscitar sentimientos. Pero eso no hace que la descripción en sí sea subjetiva. La descripción es objetiva en el siguiente, y muy exacto sentido: a saber, puede ser criticada desde el punto de vista de la verdad objetiva, y el resultado de la crítica –al menos eso sería lo ideal– debería ser completamente independiente del primero y segundo nivel. Por supuesto, no siempre es así, pero con gran frecuencia puede ser así en una gran cantidad de casos. Una discusión científica puede ser muy acalorada, y en ella pueden intervenir gran cantidad de emociones, pero, por lo general, en el transcurso del tiempo, en el curso de los siglos, los resultados de las discusiones científicas son en gran medida independientes del acaloramiento y de los niveles emocionales que una vez estuvieron asociados a ellas.
K. R. Popper, El cuerpo y la mente, Ed. Paidós, pp. 147-148.

Popper sugiere que “la nueva ética profesional, aplicable no sólo a los científicos, se base en los doce principios siguientes [principios que están íntimamente relacionados con la exigencia de tolerancia y honestidad intelectuales que Jenófanes formuló y practicó hace 2.500 años].
1. Nuestro conocimiento conjetural objetivo supera cada vez más lo que una única persona pueda dominar. Por consiguiente no hay autoridades. Esto es verdad incluso en el seno de las diferentes especialidades médicas.
2. Es imposible evitar todos los errores, e incluso todos los errores que, en sí mismos, son evitables. Todos los científicos cometen errores continuamente. Ha de revisarse la vieja idea de que los errores son evitables y de que por consiguiente se está en la obligación de evitarlos: ello mismo es un error.
3. Sigue siendo nuestro deber hacer cuanto podamos para evitar los errores. Pero, precisamente para evitarlos, hemos de ser conscientes de lo difícil que es eludirlos y del hecho de que nadie consigue evitarlos todos; ni siquiera lo logran los científicos más creativos guiados por la intuición. Aunque nada podamos hacer sin ella, la intuición yerra con más frecuencia que acierta.
4. Los errores pueden esconderse en nuestras teorías mejor corroboradas, siendo la tarea específica del científico buscar tales errores. Hallar que una teoría bien corroborada o una técnica práctica muy empleada está equivocada puede ser un descubrimiento de la mayor importancia.
5. Por consiguiente hemos de cambiar nuestra actitud hacia nuestros errores. Aquí es donde debe empezar nuestra reforma ética práctica, dado que la actitud de la vieja ética profesional nos lleva a encubrir nuestros errores, a mantenerlos secretos y a borrarlos de la mente lo antes posible.
6. El nuevo principio básico es que, a fin de evitar cometer más errores de los necesarios, hemos de aprender de los errores cometidos. Por tanto, encubrir los errores es el máximo pecado intelectual.
7. Por tanto, hemos de estar perpetuamente a la caza de errores, especialmente de nuestros propios errores. Cuando demos con ellos, debemos recordarlos y debemos examinarlos desde todos los puntos de vista a fin de comprender mejor qué ha ido mal.
8. La actitud autocrítica, la franqueza y la sinceridad con uno mismo, por tanto, forman parte del deber de todo el mundo.
9. Dado que hemos de aprender de nuestros errores, también hemos de aprender a aceptar, dando las gracias además, que otros nos los señalen. Cuando llamamos la atención de otras personas sobre sus errores, hemos de recordar siempre que nosotros mismos hemos cometido errores semejantes. También hemos de recordar que los grandes científicos han cometido grandes errores. Ciertamente no ha de entenderse que tal cosa implique que nuestros errores son perdonables en general: errores, de modo que cuando llamemos la atención de los demás sobre sus errores, deberíamos ayudarles señalando también esto.
10. Debemos tener presente en nuestras mentes que necesitamos que otras personas descubran y corrijan algunos de nuestros errores (del mismo modo que necesitan que nosotros lo hagamos con los suyos); especialmente en el caso de otras personas que han crecido con ideas distintas en diferentes ambientes culturales. También esto conduce a la tolerancia.
11. Hemos de aprender que la mejor crítica es la autocrítica, aunque es imprescindible la crítica ajena. Es casi tan buena como la autocrítica. 12. La crítica racional (u objetiva) ha de ser siempre específica: ha de dar razones específicas de por qué parecen ser falsos algunos enunciados o hipótesis específicas o por qué no son válidos algunos argumentos específicos. Ha de regirse por la idea de aproximarse a la verdad objetiva. En este sentido, ha de ser impersonal, aunque compasiva.”
K. R. Popper, El mundo de Parménides, Ed. Paidós, pp. 92-94.

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          El conocimiento es la adquisición de verdades, y en las verdades se nos manifiesta el universo trascendente (transubjetivo) de la realidad. Las verdades son eternas, únicas e invariables. ¿Cómo es posible su insaculación dentro del sujeto? La respuesta del racionalismo es taxativa: sólo es posible el conocimiento si la realidad puede penetrar en él sin la menor deformación. El sujeto tiene, pues, que ser un medio transparente, sin peculiaridad o color alguno, ayer igual a hoy y a mañana —por tanto, ultravital y extrahistórico. Vida es peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra: historia. La respuesta del relativismo no es menos taxativa. El conocimiento es imposible; no hay una realidad trascendente, porque todo sujeto real es un recinto peculiarmente modelado. Al entrar en él la realidad se deformaría, y esa deformación individual sería lo que cada ser tomase por la pretendida realidad. (…) El sujeto, ni es un medio transparente, un “yo puro” idéntico e invariable, ni su recepción de la realidad produce en ésta deformaciones. Los hechos imponen una tercera opinión, síntesis ejemplar de ambas. Cuando se interpone un cedazo o retícula en una corriente, deja pasar unas cosas y retiene otras; se dirá que las selecciona, pero no que las deforma. Esta es la función del sujeto, del ser viviente ante la realidad cósmica que le circunda. Ni se deja traspasar por ella (…), ni finge una realidad ilusoria. De la infinidad de elementos que integran la realidad, el individuo, aparato receptor, deja pasar un cierto número de ellos, cuya forma y contenido coinciden con las mallas de su retícula sensible. Las demás cosas —fenómenos, hechos, verdades— quedan fuera, ignoradas, no percibidas. (…)
          Desde distintos puntos de vista, dos hombres miran el mismo paisaje. Sin embargo, no ven lo mismo. La distinta situación hace que el paisaje se organice ante ambos de distinta manera. Lo que para uno ocupa el primer término y acusa con vigor todos sus detalles, para el otro se halla en el último, y queda oscuro y borroso. Además, como las cosas puestas unas detrás de otras se ocultan en todo o en parte, cada uno de ellos percibirá porciones del paisaje que al otro no llegan. ¿Tendría sentido que cada cual declarase falso el paisaje ajeno? Evidentemente, no; tan real es el uno como el otro. Pero tampoco tendría sentido que puestos de acuerdo, en vista de no coincidir sus paisajes, los juzgasen ilusorios. Esto supondría que hay un tercer paisaje auténtico, el cual no se halla sometido a las mismas condiciones de los otros dos. Ahora bien, ese paisaje arquetipo no existe ni puede existir. La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo.
Ortega y Gasset. El tema de nuestro tiempo. (págs. 145.146-147, ed. Alianza)

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          Como genio de la arquitectura el hombre se eleva muy por encima de la abeja: ésta construye con la cera que recoge de la naturaleza; aquél, con la materia bastante más delicada de los conceptos que, desde el principio, tiene que fabricar por sí mismo. Aquí él es acreedor de admiración profunda -pero no ciertamente por su inclinación a la verdad, al conocimiento puro de las cosas-. Si alguien esconde una cosa detrás de un matorral, a continuación la busca en ese mismo sitio y, además, la encuentra, no hay mucho de qué vanagloriarse en esa búsqueda y ese descubrimiento; sin embargo, esto es lo que sucede con la búsqueda y descubrimiento de la "verdad" dentro del recinto de la razón. Si doy la definición de mamífero y a continuación, después de haber examinado un camello, declaro: "he aquí un mamífero", no cabe duda de que con ello se ha traído a la luz una nueva verdad, pero es de valor limitado; quiero decir; es antropomórfica de cabo a rabo y no contiene un solo punto que sea "verdadero en sí", real y universal, prescindiendo de los hombres. El que busca tales verdades en el fondo solamente busca la metamorfosis del mundo en los hombres; aspira a una comprensión del mundo en tanto que cosa humanizada y consigue, en el mejor de los casos, el sentimiento de una asimilación. Del mismo modo que el astrólogo considera a las estrellas al servicio de los hombres y en conexión con su felicidad y con su desgracia, así también un investigador tal considera que el mundo en su totalidad está ligado a los hombres; como el eco infinitamente repetido de un sonido original, el hombre; como la imagen multiplicada de un arquetipo, el hombre. Su procedimiento consiste en tomar al hombre como medida de todas las cosas; pero entonces parte del error de creer que tiene estas cosas ante sí de manera inmediata, como objetos puros. Por tanto, olvida que las metáforas intuitivas originales no son más que metáforas y las toma por las cosas mismas. […]Le cuesta trabajo reconocer ante sí mismo que el insecto o el pájaro perciben otro mundo completamente diferente al del hombre y que la cuestión de cuál de las dos percepciones del mundo es la correcta carece totalmente de sentido, ya que para decidir sobre ello tendríamos que medir con la medida de la percepción correcta, es decir, con una medida de la que no se dispone. Pero, por lo demás, la "percepción correcta" -es decir, la expresión adecuada de un objeto en el sujeto- me parece un absurdo lleno de contradicciones, puesto que entre dos esferas absolutamente distintas, como lo son el sujeto y el objeto, no hay ninguna causalidad, ninguna exactitud, ninguna expresión, sino, a lo sumo, una conducta estética. F. Nietzsche, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (p.27-28, Tecnos 2001)

¿ES POSIBLE EL CONOCIMIENTO OBJETIVO? OLIMPIADA DE FILOSOFÍA

          La importancia para la vida humana de poseer creencias verdaderas acerca de hechos, es algo evidente. Vivimos en un mundo de realidades que pueden ser infinitamente útiles o infinitamente perjudiciales. Las ideas que nos dicen cuáles de éstas pueden esperarse, se consideran como las ideas verdaderas en toda esfera primaria de verificación; y la búsqueda de tales ideas constituye un deber primario humano. La posesión de la verdad, lejos de ser aquí un fin en sí mismo, es solamente un medio preliminar hacia otras satisfacciones vitales. Si me hallo perdido en un bosque, y hambriento, y encuentro una senda de ganado, será de la mayor importancia que piense que existe un lugar con seres humanos al final del sendero, pues si lo hago así y sigo el sendero, salvaré mi vida. El pensamiento verdadero, en este caso, es útil, porque la casa, que es su objeto, es útil. El valor práctico de las ideas verdaderas se deriva, pues, primariamente de la importancia práctica de sus objetos para nosotros. Sus objetos no son, sin duda alguna, importantes en todo momento. En otra ocasión puede no tener utilidad alguna la casa para mí, y entonces mi idea de ella, aunque verificable, será prácticamente inadecuada y convendrá que permanezca latente. Pero puesto que casi todo objeto puede algún día llegar a ser temporalmente importante, es evidente la ventaja de poseer una reserva general de verdades extra, de ideas que serán verdaderas en situaciones meramente posibles. Almacenamos tales verdades en nuestra memoria y con el sobrante llenamos nuestros libros de consulta, y cuando una de estas ideas extra se hace prácticamente adecuada para uno de nuestros casos de necesidad, del frigorífico donde estaba, pasa a actuar en el mundo y nuestra creencia en ella se convierte en activa. Se puede decir de ella que “es útil porque es verdadera” o que “es verdadera porque es útil”. Ambas frases significan exactamente lo mismo, a saber: que se trata de una idea que se cumple y que puede verificarse. William James. Pragmatismo. (págs. 132-133, ed. Orbis)

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          Mi querida Sofía: No sabemos nada, no vemos nada, somos un rebaño de ciegos arrojados a la aventura en este vasto universo. Cada uno de nosotros, al no percibir ningún objeto, se hace una imagen fantástica de todos, que toma luego como regla de lo verdadero. Esta idea no se asemeja a la de ninguno de esa espantosa multitud de filósofos, cuya charla nos confunde, ya que no podemos encontrar ni siquiera dos que estén de acuerdo sobre el sistema del Universo que todos pretenden conocer, ni sobre la naturaleza de las cosas que todos se esfuerzan por explicar. [...] Nuestros sentidos son los instrumentos de todos nuestros conocimientos. De ellos nos vienen todas nuestras ideas, o al menos todas son ocasionadas por ellos. El entendimiento humano, estrecho y encerrado en su envoltura, no puede, por decirlo así, penetrar el cuerpo que le oprime y sólo actúa a través de las sensaciones. Si se quiere, son como cinco ventanas por las cuales nuestra alma querría ver el día; pero las ventanas son estrechas, el cristal está empañado, el muro es grueso y la casa está mal iluminada. Nuestros sentidos nos son dados para conservarnos y no para instruirnos, nos advierten de lo que nos es útil o perjudicial, y no de lo que es verdadero o falso. Su destino no es ser aplicados a la investigación de la Naturaleza, y así cuando hacemos tal uso son insuficientes, nos engañan y nunca podemos estar seguros de encontrar por ellos la verdad. […] ¿Dónde estamos? ¿Qué vemos, qué sabemos, qué es lo que existe? Corremos sólo tras sombras que se nos escapan. Algunos leves espectros, algunos vanos fantasmas revolotean alrededor de nuestros ojos y creemos ver la eterna cadena de los seres. No conocemos una sustancia en el universo, no estamos siquiera seguros de ver la superficie y queremos sondear el abismo de la Naturaleza.
Jean-Jaques Rousseau. Cartas a Sofía. Correspondencia filosófica y sentimental. Tercera carta. (págs 101-102 y 110, ed. Alianza).

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          En todas las ciencias demostrativas, las reglas son seguras e infalibles, pero, cuando las aplicamos, nuestras facultades falibles e inseguras son muy propensas a apartarse de ellas y caer en el error. Por consiguiente, en todo razonamiento tenemos que formar un nuevo juicio que sirva de prueba o control de nuestro juicio o creencia, y debemos ensanchar nuestras miras a fin de abarcar una especie de historia de todos los casos que en nuestro entendimiento nos han engañado, en comparación con aquellos en que su testimonio fue exacto y verdadero. Nuestra razón debe ser considerada como una especie de causa, cuyo efecto natural es la verdad, pero de una índole tal que puede verse frecuentemente obstaculizada por la irrupción de otras causas, así como por la inconstancia de nuestros poderes mentales. Todo conocimiento se degrada de este modo en probabilidad, y esta probabilidad es mayor o menor según nuestra experiencia de la veracidad o engaño de nuestro entendimiento, y según la simplicidad o complejidad del tema. No existe algebrista ni matemático tan experto en su ciencia que llegue a otorgar plena confianza a una verdad nada más descubrirla, y que no la considere sino como mera probabilidad. Cada vez que revisa sus pruebas aumenta su confianza; la aprobación de sus amigos la aumenta aún más, pero es la aprobación universal y los aplausos del mundo ilustrado lo que la lleva a su más alto grado. Ahora bien, resulta evidente que este paulatino aumento de seguridad no consiste sino en la adición de nuevas probabilidades y que se deriva de la unión constante de causas y efectos, de acuerdo con la experiencia y observación pasadas. (…) Por consiguiente, (…) todo conocimiento se reduce a la probabilidad y en definitiva acaba siendo de la misma naturaleza de la evidencia que empleamos en la vida corriente… Esta duda escéptica con respecto tanto a la razón como a los sentidos es una enfermedad que nunca puede ser curada del todo, sino que tiene que acecharnos en todo momento, por más que la ahuyentemos a veces y ocasionalmente podamos parecer libres por completo de ella. No existe sistema alguno que pueda defender ni nuestro entendimiento ni nuestros sentidos; por el contrario, aún los exponemos más al peligro cuando intentamos justificarlos de ese modo. Como la duda escéptica surge naturalmente de una reflexión profunda e intensa sobre estos asuntos, aumentará más cuanto más avancemos en nuestras reflexiones, lo mismo si confirman la duda que si se oponen a ella. Sólo la falta de atención y el descuido pueden procurarnos algún remedio. Y por esto es por lo que confío totalmente en esta despreocupación: estoy seguro de que, sea cual sea la opinión del lector en este preciso instante, dentro de una hora estará convencido de que hay un mundo externo y un mundo interno.
David Hume. Tratado de la naturaleza humana. Parte IV.

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          Así que es mucho más acertado no pensar jamás en buscar la verdad de las cosas que hacerlo sin método: pues es segurísimo que esos estudios desordenados y esas meditaciones oscuras turban la luz natural y ciegan el espíritu; y todo los que así acostumbran a andar en las tinieblas, de tal modo debilitan la penetración de su mirada que después no pueden soportar la plena luz (…). Entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, llegará al conocimiento verdadero de todo aquello de que es capaz.
Descartes. Reglas para la dirección del espíritu. Regla IV. (págs 78-79, ed. Alianza)

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           El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aún los más contentadizos respecto a cualquier otra cosa no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen, sino más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y, por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes y no consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno, lo principal es aplicarlo bien.
Descartes.Discurso del método. Primera parte. (pág. 39, ed. Espasa-Calpe)

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          Ahora bien, es verosímil que si el alma conociera alguna cosa, se conocería en primer lugar a sí misma; y si supiera algo fuera de ella, se trataría de su cuerpo y su envoltura antes que de cualquier otra cosa. Si vemos que hasta hoy los dioses de la medicina continúan debatiendo en torno a nuestra anatomía, (…) ¿Cuándo esperamos que se pongan de acuerdo? Estamos más cerca de nosotros mismos que de la blancura de la nieve o de la pesadez de la piedra. Si el hombre no se conoce, ¿cómo va a conocer sus funciones y sus fuerzas? Tal vez alberguemos algún conocimiento verdadero, pero es por casualidad. Y habida cuenta que, por la misma vía, de la misma manera y con el mismo proceso, nuestra alma acoge los errores, ésta carece de capacidad para discernirlos y para distinguir la verdad de la mentira (...) Es fácil ver que su posición [la de nuestro juicio] es muy poco segura. ¿Con qué variedad no juzgamos las cosas?, ¿cuántas veces cambiamos nuestras fantasías? Lo que sostengo y creo hoy, lo sostengo y creo con plena convicción; todos mis instrumentos y todas mis fuerzas empuñan esta opinión, y me avalan en todo lo que pueden. No podría abrazar ni mantener verdad alguna de manera más cierta. Estoy por entero en ella, estoy de verdad en ella. Pero ¿no me ha sucedido, no una vez sino cien, sino mil, y todos los días, que he abrazado cualquier otra cosa con los mismos instrumentos, en las mismas condiciones, que después he juzgado falsa? Al menos hay que hacerse sabio a costa de uno mismo. Si me he visto a menudo traicionado con este motivo, si mi piedra de toque suele resultar falsa, y mi balanza desequilibrada e injusta, ¿qué seguridad puedo tener en esta ocasión más que en las otras? ¿No es una necedad dejarme engañar tantas veces por un guía? Aun así, por más que la fortuna nos cambie quinientas veces de sitio, por más que no haga otra cosa que vaciar y volver a llenar incesantemente nuestra creencia, como un vaso, con nuevas y nuevas opiniones, siempre la actual y última es la cierta y la infalible (…)
          Al menos, nuestra condición falible debería hacer que nos comportáramos con mayor moderación y contención en nuestros cambios. Debería recordarnos, sea lo que fuere aquello que recibimos en el entendimiento, que recibimos con frecuencia cosas falsas, y mediante esos mismos instrumentos que se contradicen y engañan a menudo. Ahora bien, no es asombroso que se contradigan siendo como son tan fáciles de inclinar y torcer por ligerísimas circunstancias. Lo cierto es que nuestra aprehensión, nuestro juicio y las facultades de nuestra alma en general sufren según los movimientos y alteraciones del cuerpo, alteraciones que son continuas. ¿No tenemos el espíritu más despierto, la memoria más rápida, el razonamiento más vivo en la salud que en la enfermedad? ¿Acaso el gozo y la alegría no nos hacen recibir los objetos que se presentan al alma con muy distinto semblante que la aflicción y la melancolía? (…). Michel de Montaigne. Los ensayos. Libro II, capítulo XII. (págs. 843-449, ed. Acantilado)

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          Decía Teofrasto que el conocimiento humano, encauzado por los sentidos, podía juzgar las causas de las cosas hasta cierto límite, pero que, al llegar a las causas supremas y primeras, había de detenerse y atascarse, en virtud de su debilidad o de la dificultad de las cosas. Es una opinión moderada y suave que nuestra capacidad pueda conducirnos hasta el conocimiento de algunas cosas y que posea ciertas medidas de potencia, más allá de las cuales es temerario emplearla. Tal opinión es plausible, y la introduce gente conciliadora. Pero es difícil ponerle límites a nuestro espíritu; es curioso y ávido, y no tiene ningún motivo para detenerse a mil pasos mejor que a cincuenta. Ha comprobado por experiencia que en aquello en lo cual uno había fracasado, otro ha tenido éxito, y que aquello que un siglo desconocía, el siglo siguiente lo ha aclarado, y que las ciencias y las artes no se forjan en un molde, sino que se forman y modelan poco a poco, manejándolas y puliéndolas muchas veces, como los osos dan forma a sus cachorros lamiéndolos lentamente. Aquello que mi fuerza no puede descubrir, no dejo de examinarlo y de ponerlo a prueba; y a fuerza de probar y amasar la nueva materia, de removerla y calentarla, abro a quien me sigue cierta facilidad para que la posea más a sus anchas, y se la hago más dúctil y manejable (…) Lo mismo hará el segundo a favor del tercero. Por lo tanto, la dificultad no debe desesperarme, ni tampoco mi impotencia, porque sólo me atañe a mí.
Michel de Montaigne. Los ensayos. Libro II, capítulo XII. (págs. 839-, ed. Acantilado)

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QUE LA VERDAD EXACTA ES INCOMPRENSIBLE
Puesto que es evidente por sí mismo que no hay proporción de lo infinito a lo finito, es sumamente claro también, por lo mismo, que donde se encuentra algo que excede y algo que es excedido, no se llega al máximo absoluto, siendo como son, tanto las cosas que exceden como las que son excedidas, finitas, y el máximo, en cuanto tal, necesariamente infinito. Dada, pues, cualquier cosa, que no sea el mismo máximo absoluto, es evidente que es dable que exista una mayor. Y puesto que hallamos una igualdad gradual, de tal modo que una cosa es más igual a una determinada que a otra, según conveniencia y diferencia genérica, específica, influyente según el lugar y el tiempo y otras semejantes, es manifiesto que no pueden hallarse dos o varias cosas tan semejantes e iguales que no sea posible hallar posteriormente un número infinito de otras más semejantes. De ahí que siempre permanecerán diferentes, por muy iguales que sean, la medida y lo medido. Así, pues, el entendimiento finito no puede entender con exactitud la verdad de las cosas mediante la semejanza. La verdad no está sujeta a más o a menos, consistiendo en algo indivisible, a lo que no puede medir con exactitud ninguna cosa que no sea ella misma lo verdadero; como tampoco al círculo, cuyo ser consiste en algo indivisible, puede medirle el no-círculo. Así, pues, el entendimiento, que no es la verdad, no comprende la verdad con exactitud, sin que tampoco pueda comprenderla, aunque se dirija hacia la verdad mediante un esfuerzo progresivo infinito; al igual que ocurre con el polígono con respecto al círculo, que sería tanto más similar al círculo cuanto que, siendo inscrito, tuviera un mayor número de ángulos, aunque, sin embargo, nunca sería igual, aun cuando los ángulos se multiplicaran hasta el infinito, a no ser que se resuelva en una identidad con el círculo. Es evidente, pues, que nosotros no sabemos acerca de lo verdadero, sino que lo que exactamente es en cuanto tal, es algo incomprensible y que se relaciona con la verdad como necesidad absoluta, y con nuestro entendimiento como posibilidad.
La quididad de las cosas, por consiguiente, que es la verdad de los entes, es en su puridad inalcanzable, y ha sido investigada por todos los filósofos, pero no ha sido hallada, en cuanto tal, por ninguno. Y cuanto más profundamente doctos seamos en esta ignorancia, tanto más nos acercaremos a la misma verdad.
Nicolás de Cusa. La docta ignorancia. Ed. Orbis. Barcelona, 1985.

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          Demos por sentado que aquellas [disposiciones] por las cuales el alma realiza la verdad mediante la afirmación o la negación son en número de cinco, a saber: el arte, la ciencia, la prudencia, la sabiduría y el intelecto; con la suposición, en efecto, y con la opinión, puede engañarse. Qué sea la ciencia resulta claro de estas consideraciones (…): todos pensamos que aquello de que tenemos ciencia no puede ser de otra manera; de lo que puede ser de otra manera, cuando tiene lugar fuera del alcance de nuestra observación, no sabemos si es o no. Por consiguiente, lo que es objeto de ciencia es necesario. Luego es eterno, ya que todo lo que es absolutamente necesario es eterno, y lo eterno, ingénito e imperecedero. Además, toda ciencia parece ser susceptible de ser enseñada, y todo lo que es objeto de ella, de ser aprendido. Y toda enseñanza parte de lo ya conocido (…), unas veces por inducción y otras por silogismo. La inducción es principio incluso de lo universal, mientras que el silogismo parte de lo universal. Hay, por consiguiente, principios de los que parte el silogismo que no se alcanzan mediante el silogismo; luego se obtienen por inducción. Por tanto la ciencia es una disposición demostrativa (…); en efecto, cuando uno tiene de alguna manera seguridad sobre algo y le son conocidos sus principios, sabe científicamente; porque si no los conoce mejor que la conclusión, tendrá ciencia sólo por accidente. Aristóteles. Ética a Nicómaco. Libro VI. (pág. 91, ed. Centro de estudios constitucionales)