jueves, 28 de mayo de 2009

TEXTOS PARA VUESTRA REFLEXIÓN Y POSIBLEMENTE TAMBIÉN PARA VUESTRO EXAMEN.

Aquí dejo unos textos para que los intentéis comprender y relacionar con lo visto en el tema. Es posible que alguno de ellos esté en el examen del lunes. ¡Suerte!
VIVIR CONFORME A LA NATURALEZA.

“ Hay que seguir, no obstante el caudillaje de la naturaleza; a ella la observa la razón, la consulta a ella. Así que lo mismo es vivir bienaventuradamente que vivir según la naturaleza; qué sea ello, voy a declararlo: conservar con diligencia y con impavidez las facultades corporales y las aptitudes de la naturaleza, como bienes fugaces que se nos dieron a plazo fijo; no someterse a su servidumbre ni al dominio de las cosas extrañas (...) Incorruptible sea el hombre por las cosas externas, e inexpugnable, atento exclusivamente a sí mismo; animado por la confianza y preparado para las veleidades de la fortuna” (Séneca, De la brevedad de la vida, III ).


EL PLACER ES EL BIEN SUPREMO.

“El placer es el principio y el fin de la vida dichosa. En él hemos reconocido en efecto el bien principal y conform a nuestra naturaleza; es él de donde partimos para determinar lo que e preciso elegir y lo que es preciso evitar, y es a él adonde recurrimos finalmente cuando nos servimos de la sensación como regla para evaluar todo bien que se nos ofrece. Pero precisamente porque el placer es nuestro bien principal y espontáneo, no aceptamos un placer cualquiera; hay casos en los que renunciamos a muchos placeres sin de éstos pue derivarse algún pesar para nosotros. (...) Todo placer es así, por su propia naturaleza, una cosa buena, mas no todo placer debe ser perseguido; y paralelamente, todo dolor es un mal, pero no todo dolor debe ser evitado a cualquier precio.” (Epicuro, Carta a Meneceo, 129-132).


¿EL IMPERATIVO CATEGÓRICO.?

Sea, por ejemplo, la pregunta siguiente: ¿me es lícito, cuando me hallo apurado, hacer una promesa con el propósito de no cumplirla? Fácilmente hago la diferencia que puede comportar la significación de la pregunta: de si es prudente o de si conforme al deber hacer una falsa promesa. Lo primero puede suceder, sin duda, muchas veces. Ciertamente, veo muy bien que no es bastante el librarme, por medio de ese recurso, de una perplejidad presente, sino que hay que considerar detenidamente si no podrá ocasionarme luego esa mentira muchos más graves contratiempos que estos que ahora consigo eludir; y como las consecuencias, a pesar de cuanta astucia me precie de tener, no son tan fácilmente previsibles que no pueda suceder que la pérdida de la confianza en mí sea mucho más desventajosa para mí que el daño que pretendo ahora evitar, habré de considerar si no sería más sagaz conducirme en este punto según una máxima universal y adquirir la costumbre de no prometer nada sino con el propósito de cumplirlo. Pero pronto veo claramente que una máxima como ésta se funda sólo en las consecuencias inquietantes. Ahora bien; es cosa muy distinta ser veraz por deber de serlo o serlo por temor a las consecuencias perjudiciales; porque, en el primer caso, el concepto de la acción en sí mismo contiene ya una ley para mí, y en el segundo, tengo que empezar por observar alrededor cuáles efectos para mí puedan derivarse de la acción. Si me aparto del principio del deber, de seguro es ello malo; pero si soy infiel a mi máxima de la sagacidad, puede ello a veces serme provechoso, aun cuando desde luego es más seguro permanecer adicto a ella. En cambio, para resolver de la manera más breve, y sin engaño alguno, la pregunta de si una promesa mentirosa es conforme al deber, me bastará preguntarme a mí mismo: ¿me daría yo por satisfecho si mi máxima -salir de apuros por medio de una promesa mentirosa debiese valer como ley universal tanto para mí como para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de mentir; pues, según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no creerían ese mi fingimiento, o si, por precipitación lo hicieren, pagaríanme con la misma moneda; por tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, destruiríase a sí misma. (Kant, Fundamentación de la Metafísica de la costumbres).