miércoles, 29 de diciembre de 2010

ARTHUR SCHOPENHAUER. El mundo como voluntad de representación.


Schopenhauer (1788 – 1860)

La posición del hombre respecto del animal es como la del navegante que viaja guiándose por su carta, su brújula y su sextante, y que conoce siempre el punto en que se halla respecto de la tripulación, que en su ignorancia no ve más que el cielo y las olas. ¿No es sorprendente, y hasta maravilloso, ver al hombre vivir una segunda vida en abstracto junto a su vida en concreto? En la primera está entregado a todas las borrascas de la realidad y a la influencia del presente; debe agitarse, sufrir, morir, como el animal. Su vida abstracta, tal como se presente ante la meditación de la razón, es el tranquilo reflejo de la otra y del mundo en que vive; es ese croquis en escala reducida de que hemos hablado antes. Aquí, en la región serena de la reflexión, todo lo que allí le llenaba de cuidados y le agitaba con violencia, todo esto es frío, incoloro, y por el momento, ajeno a él: no es más que espectador y observador de ello. Al refugiarse de esta suerte en la meditación parece un actor que acaba su escena, y mientras le toca salir de nuevo a las tablas, se sienta entre todos los espectadores. Desde su asiento
contempla fríamente todos los sucesos que se desarrollan en la escena, hasta los preparativos de su muerte (en la representación) después de lo cual reaparece en el escenario y comienza a obrar y a sufrir de nuevo, como lo pide el drama. Esta existencia doble es la que, diferenciándole de los animales faltos de pensamiento, da al hombre esa sangre fría, con la cual premeditadamente, después de haberse resuelto y haber reconocido que es necesario, sufre con tranquilidad o efectúa con sus propias manos las cosas más importantes para él, y hasta con frecuencia, las más aterradoras: suicidio, pena de muerte, duelos, empresas en que se juega la vida, y en general una multitud de actos contra los cuales se rebela toda su naturaleza animal. En estas circunstancias es cuando se ve hasta qué grado domina la razón a la naturaleza animal, y grita al hombre […] de hierro tienes el corazón. (Il. 24, 521).

Pero [...] he mostrado que obrar racionalmente y obrar virtuosamente son cosas muy distintas: que la razón puede unirse a una gran maldad como a una gran bondad, y que, con su concurso, da, tanto a la una como a la otra, una actividad más intensa; he dicho que está tan propicia a servir para la realización metódica y consecuente de un proyecto noble como de una empresa culpable, de un sabio precepto como de una máxima irracional, y todo esto viene de su naturaleza femenina que tiene el don de la concepción y de la gestación, pero no el de crear por sí misma.

Schopenhauer, A.: El mundo como voluntad y representación, Vol I, Primera consideración,
§16, pp. 105-106, ed. RBA, 2003

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