miércoles, 29 de diciembre de 2010

DESCARTES. Tratado de las pasiones.

Descartes (1596 –1650)

ARTÍCULO XLVIII

En qué se conoce la fuerza o la debilidad de las almas y cuál es el mal de las más débiles.
[…] aquellos en quienes la voluntad puede por propio impulso vencer más fácilmente las pasiones y detener los movimientos del cuerpo que las acompañan tienen sin duda las almas más fuertes; pero algunos no pueden probar su fuerza, porque no hacen nunca combatir su voluntad con las propias armas de ésta, sino solamente con las que le proporcionan algunas pasiones para combatir a otras. Lo que yo llamo sus propias armas son juicios firmes y determinados referentes al conocimiento del bien y del mal con arreglo a los cuales la voluntad ha decidido conducir las acciones de su vida; y las almas más débiles de todas son aquellas cuya voluntad no se determina así a seguir ciertos juicios, sino que se deja siempre llevar a las pasiones presentes, que, como son con frecuencia contrarias unas a otras, la arrastran sucesivamente a su partido y, empleándola en combatir contra ella misma, ponen el
alma en el estado más deplorable que darse pueda. […]

ARTÍCULO XCVI

Cuáles son los movimientos de la sangre y de los espíritus que producen las cinco pasiones precedentes
Las cinco pasiones que he comenzado a explicar aquí están de tal modo unidas u opuestas unas a otras que es más fácil considerarlas juntas que tratar separadamente de cada una como se ha tratado de la admiración. Pues su causa no está en el cerebro solo como la de ésta, sino también en el corazón, en el bazo, en el hígado, y en todas las demás partes del cuerpo, en cuanto que sirven para producir la sangre y, en consecuencia, los espíritus. Pues, aunque todas las venas conducen toda la sangre que contienen al corazón, ocurre a veces, sin embargo, que la de unas es impulsada hacia él con más fuerza que la de otras; y acontece también que los orificios por donde entran en el corazón, o aquellos por donde salen, están más abiertos o más
cerrados unas veces que otras.

ARTÍCULO XCVII

Principales experiencias que sirven para conocer estos movimientos en el amor
Pues bien, considerando las diversas alteraciones que hace ver la experiencia en nuestro cuerpo mientras nuestra alma es agitada por pasiones diversas, advierto en el amor, cuando se da su pasión sola, es decir, cuando no va acompañada de ninguna alegría, deseo o tristeza fuertes, que el latido del pulso es igual, y mucho más grande y fuerte que de costumbre, que se siente un dulce calor en el pecho y que la digestión de los alimentos se hace más rápidamente en el estómago, de modo que esta pasión es útil para la salud.

ARTÍCULO XCVIII

En el odio
Me doy cuenta, por el contrario, de que en el odio el pulso es desigual, más débil y
frecuentemente más rápido; que se sienten escalofríos mezclados con no sé qué calor áspero y picante en el pecho, que el estómago deja de hacer su oficio y se inclina a vomitar y a arrojar los alimentos que se han tomado, o, [...], a corromperlos y convertirlos en malos humores.

ARTÍCULO XCIX

En la alegría
Advierto en la alegría que el pulso es igual y más rápido que de ordinario; pero que no es tan fuerte ni tan intenso como en el amor, y que se siente un calor agradable, que no se da sólo en el pecho, sino que está repartido por todas las partes exteriores del cuerpo, con la sangre que se ve afluir a ellas en abundancia; y que, sin embargo, se pierde a veces el apetito, a causa de que se digiere más lentamente que de costumbre.

ARTÍCULO C

En la tristeza
Advierto en la tristeza que el pulso es débil y lento y que se sienten comoligaduras alrededor del corazón, que le oprimen, y témpanos que le hielan y comunican su frialdad al resto del cuerpo; y que, [...] no se deja de tener a veces buen apetito y de sentir que el estómago no deja de cumplir con su deber, con tal que el odio no se dé mezclado con la tristeza.

ARTÍCULO CI

En el deseo
En fin, advierto en el deseo, particularmente, que agita el corazón más violentamente que ninguna otra pasión y provee al cerebro de más espíritus, que, pasando de él a los músculos, hacen más agudos a todos los sentidos y más móviles a todas las partes del cuerpo.

Descartes, R.: Tratado de las pasiones del alma (1649).

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