miércoles, 29 de diciembre de 2010

BERNARD MANDEVILLE. La fábula de las abejas.

Mandeville (1670 – 1733)

Las necesidades, los vicios y las imperfecciones del hombre, junto con las diversas inclemencias del aire y de otros elementos, son las que contienen las semillas del arte, la industria y el trabajo: son el calor y el frío extremados, la inconstancia y el rigor de las estaciones, la violencia e inestabilidad de los vientos, la gran fuerza y la perfidia del agua, la ira y la indocilidad del fuego y la obstinación y esterilidad de la tierra las que incitan nuestra capacidad de invención, para movernos a tratar de evitar los daños que nos producen o a corregir su malignidad y a convertir sus diversas fuerzas en provecho nuestro, de mil maneras diferentes,
mientras nos aplicamos a cubrir la infinita variedad de nuestras necesidades, que siempre se multiplican en la medida en que se amplía nuestro conocimiento y se agrandan nuestros deseos (…)
En la moralidad, lo mismo que en la Naturaleza, nada existe en las criaturas tan
perfectamente bueno que no pueda resultar perjudicial para nadie de la sociedad, ni tan totalmente malo que no pueda ser beneficioso para una parte u otra de la Creación; de suerte que las cosas sólo son buenas o malas en relación con otra cosa y con arreglo a la posición en que estén colocadas y a la luz a que se las mire.

Mandeville, B.: La fábula de las abejas, Ed. F.C.E., Madrid, 1997, págs. 246 y 247.

El principal objeto que han perseguido los legisladores y otros hombres sabios que se desvelaron por la institución de la sociedad, ha sido el hacer creer al pueblo que era mucho más ventajoso para todos reprimir sus apetitos que dejarse dominar por ellos, y mucho mejor cuidarse del bien público que de lo que consideraban sus intereses privados (…) En todas las edades, moralistas y filósofos, para probar la verdad de tan útil aserto pusieron en juego todos sus talentos. Pero creyera esto la humanidad o no lo creyera, no es probable que alguien haya logrado persuadir a los hombres a condenar sus inclinaciones naturales o a preferir el bien de los otros al suyo propio, si al mismo tiempo no se les hubiera mostrado una recompensa que los indemnizara de la violencia que sobre ellos mismos tendrían que hacer para observar esta conducta (…) Además, con el fin de introducir entre los hombres la emulación, dividieron (dichos hombres sabios) a la especie en dos clases, completamente diferentes entre sí: la una compuesta de gente abyecta, ruin, siempre a pos de los goces inmediatos, incapaz de abnegación, sin consideración para el bien de los otros ni más aspiración que los intereses particulares ; gente, en fin, esclavizada por la voluptuosidad, que sucumbe sin resistencia a toda clase de deseos indecorosos y que tan sólo emplea sus facultades racionales para hacer más exquisito el placer sensual. Estos seres, dicen, viles, despreciables y rastreros, la hez de su
especie, que no tienen de humano más que la hechura, en nada se diferencia de las bestias sino en su aspecto exterior. Pero la otra clase se compone de criaturas sublimadas y espirituales que, libres del sórdido egoísmo, estiman los progresos de su inteligencia como el más preciado de sus bienes; y, conscientes de su verdadero mérito, no gozan sino con el embellecimiento de esa prenda en la que estriba su superioridad, despreciando todo lo que puedan tener en común con las criaturas irracionales, y resisten, con la ayuda de la razón, sus inclinaciones más violentas; y en continua lucha consigo mismos para fomentar la paz de los demás, anhelan nada menos que el dominio de sus propias pasiones y el bienestar público (…)
Siendo, pues, interés de los peores de entre ellos (…) predicar el espíritu público para poder coger los frutos del trabajo y la abnegación de otros, y al mismo tiempo satisfacer sus propios apetitos con menores molestias, convinieron con los demás en llamar VICIO a todo lo que el hombre, sin consideración con el bien público, fuera capaz de cometer para satisfacer alguno de sus apetitos, si en tales acciones vislumbrara la mínima posibilidad de que fuera nociva para algún miembro de la sociedad y de hacerle menos servicial para los demás; y en dar el nombre de VIRTUD a cualquier otro acto por el cual el hombre, contrariando los impulsos de la Naturaleza, procurara el bien de los demás o el dominio de sus propias pasiones mediante la racional ambición de ser bueno.

Mandeville, B.: La fábula de las abejas, págs. 23-27.

Ser a la par bien educado y sincero resulta poco menos que una contradicción; y, por lo tanto, cuando un hombre aumenta sus conocimientos y perfecciona sus modales, debemos esperar verle al mismo tiempo ampliar sus deseos, refinar sus apetitos y desarrollar sus vicios.

Mandeville, B.: La fábula de las abejas, pág. 119.

Ahora me propongo investigar la naturaleza de la sociedad y, sumergiéndome en ella hasta sus mismos orígenes, poner en evidencia que no son las cualidades buenas y amables del hombre, sino las malas y odiosas, sus imperfecciones y su carencia de ciertas excelencias de que está dotadas otras criaturas, son las causas primeras que hacen al hombre más sociable que otros animales a partir del momento en que perdió el Paraíso; y que si hubiese conservado su primitiva inocencia y seguido gozando de las bendiciones que corresponden a tal estado, no habría tenido ni la sombra de una posibilidad de ser la criatura sociable que actualmente es.

Mandeville, B.: La fábula de las abejas, pág. 229.

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