miércoles, 29 de diciembre de 2010

FRIEDRICH NIETZSCHE. El crepúsculo de los ídolos, Humano demasiado humano.

Nietzsche (1844 – 1900)

Todas las pasiones tienen una época en que son meramente nefastas, en la que, con el peso de la estupidez, tiran de sus víctimas hacia abajo -y en una época tardía mucho más posterior, en la que se desposan con el espíritu, en la que se “espiritualizan”. En otro tiempo se hacía la guerra a la pasión misma… Todos los viejos maestros de la moral coinciden unánimemente en que es preciso matar las pasiones. Con cierta equidad concedamos, por otra parte, que el concepto de “espiritualización de la pasión” no podía ser concebido en modo alguno en el terreno del que brotó el cristianismo.

Nietzsche, F.: El crepúsculo de los ídolos.

Lo ilógico, necesario. Entre las cosas que pueden llevar a un pensador a la desesperación figura el reconocimiento de que lo ilógico es necesario para el hombre y de que de lo ilógico nace mucho de bueno. Está tan firmemente anclado en las pasiones, en el lenguaje, en el arte, en la religión y en general en todo lo que le confiere valor a la vida, que no puede arrancárselo sin con ello dañar fatalmente estas bellas cosas. Sólo los hombres demasiado ingenuos pueden creer que la naturaleza del hombre pueda ser transformada en una puramente lógica, pero si
hubiese grados de aproximación a este meta, ¡cuánto se perdería por este camino! Incluso el más racional de los hombres necesita volver de vez en cuando a la naturaleza, es decir, a su fundamental actitud ilógica hacia todas las cosas.

Nietzsche, F.: Humano, demasiado humano, aforismo 31, pp. 61, Ed. Akal, 1996

Todas las pasiones tienen una época en la que son meramente nefastas, en la que, con el peso de la estupidez, tiran de sus víctimas hacia abajo -y una época tardía mucho más posterior, en la que se desposan con el espíritu, en la que se «espiritualizan». En otro tiempo se hacía la guerra a la pasión misma, a causa de la estupidez existente en ella: la gente se conjuraba para aniquilarla, -todos los viejos monstruos de la moral coinciden unánimemente en que es preciso matar las pasiones. La fórmula más famosa de esto se halla en el Nuevo Testamento en aquel Sermón de la Montaña en el que, dicho sea de paso, las cosas no son consideradas con modo
alguno desde lo alto. En él se dice, por ejemplo, aplicándolo prácticamente a la sexualidad, «si tu ojo te escandaliza, arráncalo»: por fortuna, ningún cristiano actúa de acuerdo con este precepto. Aniquilar las pasiones y apetitos meramente para prevenir su estupidez y las consecuencias desagradables de ésta es algo que hoy se nos aparece meramente como una forma aguda de estupidez. Ya no admiramos a los dentistas que extraen los dientes para que no sigan doliendo... Con cierta equidad concedamos, por otra parte, que el concepto «espiritualización de la pasión» no podía ser concebido en modo alguno en el terreno del que brotó el cristianismo. La Iglesia primitiva luchó, en efecto, como es sabido, contra los
«inteligentes» en favor de los «pobres de espíritu»: ¿cómo aguardar de ella una guerra inteligente contra la pasión? -La Iglesia combate la pasión con la extirpación, en todos los sentidos de la palabra: su medicina, su «cura», es el castradismo. No pregunta jamás: «¿cómo espiritualizar, embellecer, divinizar un apetito?» -en todo tiempo ella ha cargado el acento de la disciplina sobre el exterminio (de la sensualidad, del orgullo, del ansia de dominio, del ansia
de posesión, del ansia de venganza). -Pero atacar las pasiones en su raíz significa atacar la vida en su raíz: la praxis de la Iglesia es hostil a la vida.

Nietzsche, F.: El Crepúsculo de los Ídolos (50-51)

2 -Ese mismo medio, la castración, el exterminio, es elegido instintivamente, en la lucha con un apetito, por quienes son demasiado débiles, por quienes están demasiado degenerados para poder imponerse moderación en el apetito: por aquellas naturalezas que, para hablar en metáfora (y sin metáfora), tienen necesidad de la Trappe [la Trapa], alguna declaración definitiva de enemistad, de un abismo entre ellos y una pasión. Los medios radicales les resultan indispensables tan sólo a los degenerados; la debilidad de la voluntad, o, dicho con más exactitud, la incapacidad de no reaccionar a un estímulo es sencillamente otra forma de degeneración. La enemistad radical, la enemistad a muerte contra la sensualidad, no deja de ser un síntoma que induce a reflexionar: estamos autorizados a hacer conjeturas sobre el estado general de quien comete tales excesos. -Esta hostilidad, ese odio llega a su cumbre,
por lo demás, sólo cuando tales naturalezas no tienen ya firmeza bastante para la cura radical, para renunciar a su «demonio». Échese una ojeada a la historia entera de los sacerdotes y filósofos, incluida la de los artistas: las cosas más venenosas contra los sentidos no han sido dichas por los impotentes, tampoco por los ascetas, sino por los ascetas imposibles, por aquellos que habrían tenido necesidad de ser ascetas.

Nietzsche, F.: El Crepúsculo de los Ídolos (60-61)

4 -Voy a reducir a fórmula un principio. Todo naturalismo en la moral, es decir,toda moral sana está regida por un instinto de la vida, -un mandamiento cualquiera de la vida es cumplido con un cierto canon de «debes» y «no debes», un obstáculo y una enemistad cualquiera en el camino de la vida, quedan con ello eliminados. La moral contranatural, es decir, casi toda moral hasta ahora enseñada, venerada y predicada, se dirige, por el contrario, precisamente
contra los instintos de la vida, -es una condena, a veces encubierta, a veces ruidosa e insolente, de esos instintos. Al decir «Dios ve el corazón», la moral dice no a los apetitos más bajos y más altos de la vida y considera a Dios enemigo de la vida... La vida acaba donde comienza el «reino de Dios»...

Nietzsche, F.: El Crepúsculo de los Ídolos (62-63)

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