miércoles, 29 de diciembre de 2010

MAQUIAVELO (II) El príncipe.

Cuán loable es en un príncipe mantener la palabra dada y comportarse con integridad y no con astucia, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los príncipes que han tenido pocos miramientos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con astucia el ingenio de los hombres. Al final han superado a quienes se han fundado en la lealtad (…) No puede, por tanto, un señor prudente, ni debe, guardar fidelidad a su palabra cuando tal fidelidad se vuelve en contra suya y han desaparecido los motivos que determinaron su promesa.
Si los hombres fueran todos buenos, este precepto no sería correcto, pero – puesto que son malos y no te guardarían a ti la palabra – tú tampoco tienes por qué guardarles la tuya (…) No es, por tanto, necesario a un príncipe poseer todas las cualidades anteriormente mencionadas, pero es muy necesario que parezca tenerlas. E incluso me atreveré a decir que si las tiene y se las observa, siempre son perjudiciales, pero si aparenta tenerlas, son útiles; por ejemplo, parecer clemente, leal, humano, íntegro, devoto, y serlo, pero tener el ánimo predispuesto de tal
manera que, si es necesario no serlo, puedas y sepas adoptar la cualidad contraria.

Maquiavelo, N.: El Príncipe, Ed. Taschen, Barcelona, 2007, págs. 129-131.

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